El ladrón se llevó todo a lo que pudo echar mano. No había mucho en la celda del monje,
pero siempre encontraría alguna ropilla, algún objeto, un cuenco limpio o un bastón firme,
y eso se llevó el profesional del bolsillo ajeno al amparo de la noche cómplice.
El monje, alerta siempre a los ruidos de la existencia, despertó a tiempo para ver la sombra sigilosa
y comprender el despojo doméstico a que había sido sometido.
Notó las ausencias, pero miró la ventana, marco de luna llena en noche estrellada,
y sonrió al ver que su posesión más valiosa estaba intacta.
La luna blanca seguía luciendo en el telón de la noche.
El monje se dio media vuelta en su rincón y siguió durmiendo.
Sus riquezas estaban a salvo.
¿Quién me puede quitar la luna? ¿Quién me puede quitar el sol y las estrellas
y las nubes y los vientos y las montañas y los prados?
¿Quién me puede privar del mayor tesoro que es la tierra y el cielo y el aire y el mar?
Los mercados del mundo subirán y bajarán, y arrastrarán con ellos el valor de mi dinero
y la remuneración de mi trabajo.
Los ladrones de la oscuridad espiarán mis ganancias y vaciarán mis cofres.
Todo lo que puede ganarse puede perderse, y la zozobra del peligro constante enturbia los gozos de la posesión insegura.
No hay sueño tranquilo bajo el techo de la ambición.
Pero sí lo hay a la luz de la luna.
Desprendimiento alegre de oropeles innecesarios.
Austeridad sabia en medio del consumismo loco.
Sencillez como norma de vida y como elegancia de estilo.
Poner el primer placer en la naturaleza, para que los demás placeres cedan rango y pierdan importancia,
y así no estorben con su necesidad compulsiva y su logro dudoso el curso feliz del gozo en mi vida.
Saber apreciar la belleza de una noche de luna, para no tener que ir a buscarla frustradamente en espectáculos engañosos de falso alboroto.
Quien lleva dentro la riqueza de su vida no necesita atormentarse por encontrar riquezas externas que nunca han de satisfacerle
y siempre pueden traicionarle.
Y llevar dentro la riqueza quiere decir saber apreciar y disfrutar a fondo las alegrías sencillas de la vida,
el día y la noche, el agua y la brisa, el recogimiento y el silencio, la amistad y la compañía,
la risa del niño y el trino del pájaro, el amanecer y la puesta de sol, el alimento y el sueño, el orar y el callar.
Todo aquello que la luna en la noche representa y recuerda en su presencia segura, su luz delicada, su sencilla figura.
Todo aquello que nadie nos puede quitar.
Antes de volverse a dormir, el monje poeta inmortalizó en verso escueto su sonrisa nocturna:
“Al ladrón se le olvidó la luna en la ventana.”
(Ryokan)
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