05 septiembre, 2015

La Luna en la Ventana



El ladrón se llevó todo a lo que pudo echar mano. No había mucho en la celda del monje,
 pero siempre encontraría alguna ropilla, algún objeto, un cuenco limpio o un bastón firme,
 y eso se llevó el profesional del bolsillo ajeno al amparo de la noche cómplice.
 El monje, alerta siempre a los ruidos de la existencia, despertó a tiempo para ver la sombra sigilosa 
y comprender el despojo doméstico a que había sido sometido.
 Notó las ausencias, pero miró la ventana, marco de luna llena en noche estrellada,
 y sonrió al ver que su posesión más valiosa estaba intacta.
 La luna blanca seguía luciendo en el telón de la noche.
 El monje se dio media vuelta en su rincón y siguió durmiendo.
 Sus riquezas estaban a salvo.

¿Quién me puede quitar la luna? ¿Quién me puede quitar el sol y las estrellas 
y las nubes y los vientos y las montañas y los prados? 
¿Quién me puede privar del mayor tesoro que es la tierra y el cielo y el aire y el mar?
 Los mercados del mundo subirán y bajarán, y arrastrarán con ellos el valor de mi dinero 
y la remuneración de mi trabajo.
 Los ladrones de la oscuridad espiarán mis ganancias y vaciarán mis cofres.
 Todo lo que puede ganarse puede perderse, y la zozobra del peligro constante enturbia los gozos de la posesión insegura.
 No hay sueño tranquilo bajo el techo de la ambición.

Pero sí lo hay a la luz de la luna.
 Desprendimiento alegre de oropeles innecesarios.
 Austeridad sabia en medio del consumismo loco.
 Sencillez como norma de vida y como elegancia de estilo.
 Poner el primer placer en la naturaleza, para que los demás placeres cedan rango y pierdan importancia,
 y así no estorben con su necesidad compulsiva y su logro dudoso el curso feliz del gozo en mi vida.
 Saber apreciar la belleza de una noche de luna, para no tener que ir a buscarla frustradamente en espectáculos engañosos de falso alboroto.

Quien lleva dentro la riqueza de su vida no necesita atormentarse por encontrar riquezas externas que nunca han de satisfacerle
 y siempre pueden traicionarle.
 Y llevar dentro la riqueza quiere decir saber apreciar y disfrutar a fondo las alegrías sencillas de la vida,
 el día y la noche, el agua y la brisa, el recogimiento y el silencio, la amistad y la compañía, 
la risa del niño y el trino del pájaro, el amanecer y la puesta de sol, el alimento y el sueño, el orar y el callar.
 Todo aquello que la luna en la noche representa y recuerda en su presencia segura, su luz delicada, su sencilla figura.
 Todo aquello que nadie nos puede quitar.

Antes de volverse a dormir, el monje poeta inmortalizó en verso escueto su sonrisa nocturna:

“Al ladrón se le olvidó la luna en la ventana.”




(Ryokan)

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